5.3- Erika Apfelbaum- Un analisis del poder entre los grupos


1
RELACIONES DE DOMINACIÓN Y
MOVIMIENTOS DE LIBERACIÓN. UN
ANÁLISIS DEL PODER ENTRE LOS GRUPOS.
Erika Apfelbaum 1,
Universidad de París
En J.F.Morales y C.Huici (1989), Lecturas de Psicología Social. Madrid, UNED.
Pp.261-295.

Durante mucho tiempo pensé que el 22 de junio de 1944 era la
fecha de mi nacimiento, y también la de mi muerte. P. Goldman.
UNA PREGUNTA DESCONCERTANTE: ¿A DONDE HA IDO A PARAR
TODO EL PODER?
Este capítulo se centra en el análisis de las relaciones asimétricas de poder
entre grupos. Por ello, abordará dos fenómenos intergrupales estrechamente unidos:
dominación y subordinación 2. Discutirá cómo los procesos de poder crean, mantienen
y perpetúan esas relaciones intergrupales que implican dominación y subordinación.
Es indudable que durante mucho tiempo estos fenómenos han planteado un
desafío a los psicólogos sociales. Estos, bajo la rúbrica general de “relaciones
intergrupales”, han estudiado áreas de problemas específicos tales como relaciones
étnicas, raciales o de grupos minoritarios, intercambiando a menudo en la práctica
estos términos (Harding, Proshansky, Kutner y Chein, 1969). Su intensa preocupación
por estos problemas, que es patente en su acción social y en sus actividades de
investigación, es perfectamente comprensible si se tiene encuentra cómo el objeto de
1 Ian Lubek ha contribuido de manera activa y sustantiva en las diversas etapas de
preparación de este capítulo. Ha aportado numerosas referencias de la literatura y su
conocimiento de la historia de las ciencias sociales y del medio social norteamericano ha
ayudado en la orientación de mis esfuerzos de investigación, especialmente en la primera
sección del capítulo. Además ha dedicado un tiempo considerable a la discusión de las
ideas en su estadio formativo. Finalmente su “traducción” se ha convertido, en ciertos
lugares, en un verdadero trabajo de revisión clarificando y reorganizando aquellas
secciones del capítulo que sufrieron una “fatiga de vuelo” excesivamente dilatada en los
saltos transatlánticos. Por todo ello, reconozco con satisfacción su ayuda.
2 Ya que los términos de dominación y subordinación son recíprocos, a lo largo de este
capítulo el término “relación de dominación” servirá como una forma abreviada de la
expresión más exacta de “relación de dominación y subordinación”.
2
estudio de la psicología social está vinculado a la sociedad y a sus dolencias. En
concreto, el crisol que constituía la sociedad estadounidense del siglo XX ofrecía una
enorme gama de problemas sociales -que involucraban a grupos raciales, étnicos y de
otros muchos tipos-. Todos estos problemas giraban en torno a cuestiones de
dominación. Sin embargo, la mayor parte de la investigación realizada sobre las
relaciones intergrupales ha ignorado el análisis sistemático de la etiología y del
funcionamiento de los efectos de estos fenómenos (por ejemplo, los efectos de la
discriminación y de la segregación). Esta perspectiva, al centrarse en la consecuencia
de las relaciones intergrupales que implican denominación, ha oscurecido el papel
central que juega el poder, tanto a la hora de moldear las actividades que ocurren
dentro de cada grupo individual como en la determinación del carácter de la relación
que está surgiendo entre esos grupos.
Parece como si nada hubiese cambiado desde que Cartwright (1953/1959)
3señalase la escasa atención que se ha prestado a la noción de poder: sin ella, en su
opinión, no cabría analizar ninguno de los fenómenos importantes de la psicología
social. A aquellos psicólogos sociales que abordan temas relacionados con las
“relaciones interpersonales e intergrupales” o con “el prejuicio y la discriminación
intergrupal” les urgía a que volviesen a introducir el concepto de poder para no pasar
por alto los mecanismos fundamentales que están operando en estas áreas de
investigación. No deja de intrigar el que nadie haya recogido esta sugerencia y es
obligado preguntarse por qué se ha hecho oídos sordos a esta propuesta.
En el presente capítulo ofreceré algunas hipótesis e intentaré analizar
brevemente las principales tendencias en las relaciones intergrupales, especialmente
con el contexto de la sociedad estadounidense. Tal vez entonces resulte más sencillo
comprender cómo fue posible que la psicología social pasase por alto el problema del
poder 4.

PREGUNTAS DE LA SOCIEDAD Y PREGUNTAS DE LOS
INVESTIGADORES

Desde los primeros años de las ciencias sociales en Estados Unidos de
Norteamérica, las realidades sociales del momento han moldeado y definido el objeto
de estudio en el campo de las relaciones intergrupales. Así, por ejemplo, las oleadas
3 Esto fue en su Alocución Presidencial en 1953 ante la Sociedad para el Estudio Psicológico
de los Problemas Sociales.
4 Pero las cuestiones que tratan el poder también han sido archivadas en otras subáreas de
la Psicología Social. Al revisar los experimentos que tratan el conflicto entre socios con
poder desigual (Apfelbaum, 1974, pp. 133-152), he señalado la escas aatención que estas
cuestiones han recibido, aunque en la sociedad” obviamente los antagonismos entre socios
con poder desigual son al menos tan representativos del conflicto como los que involucran
a socios iguales” (p 134). También he analizado algunos de los “propósitos, objetivos y a
menudo hipótesis normativas implícitas” (p 134) que están en la base de esta investigación.
Pero hipótesis más generales que expliquen la exclusión de las relaciones de poder en la
investigación sobre el conflicto han sido elaboradas en otro contexto (Apfelbaum iLubek,
1976)
3
de inmigrantes al Nuevo Mundo dieron impulso a las preguntas planteadas por los
científicos sociales: “en las ciudades estadounidenses las masas de inmigrantes de
otros países parecían agravar todos y cada uno de los problemas sociales” (Hughes,
1969,p. 165) 5. Una relectura de The Jungle (La Jungla) de Upton Sinclair nos
introduce en los tipos de problemas que aguardaban a los inmigrantes: pobreza,
explotación en el mundo laboral y, en general, condiciones penosas de vida. Era
natural que la disciplina de la sociología, surgida hacia 1890 y dedicada a los
problemas sociales (Hinkle V Hinkle, 1954), se orientase hacia estos problemas hasta
el punto de que la “sociología empírica Estadounidense se convirtió en el estudio de
los inmigrantes, delos grupos étnicos y de lo que acontece cuando varios de ellos
viven en la misma ciudad y trabajan en la misma economía” (Hughes, 1969, p. 165).
Los sociólogos no se limitaron a intentar comprender los conflictos y la competición
que se manifestaba entre los grupos étnicos, sino que también buscaron medios para
reducir tensiones e integrar a los recién llegados en la sociedad dominante (véase
Park i Burgess, 1921). De aquí la importancia que se concedía, a la vuelta del siglo, a
problemas sociológicos como el de la asimilación.
Cuatro décadas después el exterminio masivo de judíos, gitanos y otros grupos
minoritarios durante la II Guerra Mundial produjo repercusiones directas en las
ciencias sociales y reorientó el campo de las relaciones intergrupales. G. W. Allport
(1954) explicó cómo estos sucesos mundiales renovaron llamativamente el interés de
las ciencias sociales, de la psicología social y de las relaciones sociales por
comprender las raíces del prejuicio en las ciencias sociales, en la psicología social y
en las relaciones sociales. De forma similar, la evitación de cualquier genocidio racial
en el futuro fue la preocupación y la motivación que llevó a elaborar los Estudios sobre
el Prejuicio, serie de investigación de varios volúmenes(véase Horkheimer y
Flowerman, 1950, p. v-viii). En el estudio más citado de esta serie, el de Adorno,
Frenkel; Brunswick; Levinson y Sanford (1950), así como en ciertos trabajos de Lewin
(1948), la naturaleza de las preguntas planteadas y el enfoque elegido para su
tratamiento llevan el sello de la convergencia entre la implicación personal y directa de
sus autores con el antisemitismo y el refinado arsenal metodológico y fuerte énfasis en
el marco teórico que llegó a Estados Unidos de Norteamérica con los intelectuales
refugiados en los años treinta.
Hasta aquí se ha defendido que el campo de las relaciones intergrupales ha
circunscrito una amplia gama de problemas sociales, cada uno de los cuales ha
contribuido a moldearlo en cierta medida. Además, desde hace 300 años ha estado
siempre presente en la vida social norteamericana el dilema de las relaciones entre
blancos y negros. De hecho, las relaciones raciales llamaron la atención de los
primeros sociólogos que se ocuparon de ellas al mismo tiempo que de los problemas
de los inmigrantes (Hinkle y Hinkle, 1954; Hughes, 1969). Mientras Thomas elaboraba
5 El estrecho vínculo entre estos problemas lo puede simbolizar la llegada en 1914 de Prak
al Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago, tras una primera reuniòn con
Thomas en 1912: “Cuando Park se encontró con Thomas, una persona que conocía la
relación de los negros con los blancos americanos mejor que cualquier otro cinetífico social
estadounidense, se encontró con la persona que había hecho el esfuerzo más importante
para comprender qué había sucedido a los Europeos rurales y a sus instituciones en la
Norteamérica urbana” (Hugues, 1969, p. 165)
4
su clásico The Polish Peasant in Europe and América (El campesino polaco en Europa
y en América) (Thomas y Znaniecki, 1918), Park estaba trabajando para el activista
negro Booker T. Washington y formulando análisis de las relaciones raciales que
todavía ejercen influencia en científicos sociales negros (Bailey, 1973).
Veinticinco años más tarde, al mismo tiempo que se estaban recogiendo datos
que apoyaban la idea de una personalidad autoritaria y prejuicios a, se publicó el
informe de Myrdal (1944) sobre las relaciones raciales, que perfiló con mayor claridad
el dilema americano. Este análisis ofrecía una nueva perspectiva que hizo cristalizar el
sentimiento de culpa de los liberales estadounidenses y los impulsó a buscar una
solución a este problema. Sería indudablemente instructivo y revelador trazar de
manera más sistemática el paralelismo entre la lucha de los negros por conseguir sus
derechos fundamentales {véase el breve resumen de Kerner, 1968} y las
repercusiones de este desarrollo en los temas de investigación sociológica y/o
psicosociológica: los psicólogos sociales intentaron encontrar soluciones a los
problemas candentes que planteaba esta lucha en lugar de analizarlos problemas de
poder subyacentes. De esta forma, la perspectiva con la que abordaron el problema
puede muy bien haber cooptado en realidad esta lucha. Por tanto, es precisamente en
este punto, en el que confluyen la perspectiva del investigador y la realidad, donde
cabe encontrar al menos una respuesta parcial a nuestra primera pregunta: “¿a dónde
ha ido a parar todo el poder?”

EL RECONOCIMIENTO DE LAS LUCHAS DE LOS GRUPOS
MINORITARIOS

Una ojeada a parte de la literatura inicial sobre relaciones intergrupales muestra
que, de vez en cuando, en los análisis delas relaciones entre razas y, más en general,
en los análisis delas relaciones entre los grupos dominantes y dominados, se alude al
proceso de dominación que establece las relaciones de poder entre los grupos. Por
ejemplo, Park y Lewin, en algunos de sus escritos sitúan los problemas de los grupos
minoritarios dentro del contexto del poder y de la dominación: los dos plantean las
preguntas raciales no en términos de relaciones, sino en términos de conflictos -y
para estos dos autores los conflictos pueden entrañar aspectos positivos y
constructivos.
En artículos como “La asimilación racial en los grupos secundarios”, Park
(1913/1950) establecía la comparación entre la posición de los negros en Estados
Unidos y la de los grupos nacionalistas europeos (por ejemplo, la de los pueblos
eslavos).Los dos grupos surgieron de un sistema de esclavitud en el cual la barrera
existente de segregación entre los grupos dominadores y subordinados legitimaba
institucionalmente su desigualdad y, dado que esta separación estaba trazada tan
claramente, permitía el establecimiento de otras relaciones interpersonales entre los
miembros de los grupos separados. Pero Park hizo algo más que señalar el
paralelismo entre el “avance del ajuste de razas en los estados sureños tras la
emancipación” (p. 217) y los movimientos nacionalistas europeos: extendió su análisis
a una descripción más elaborada de las luchas de dominación. Habría que reconocer
también al movimiento negro como una de las “nacionalidades” en lucha que son, al
mismo tiempo, “minorías intratables implicadas en una cruel lucha partidista en busca
del privilegio político o de la ventaja económica” y “grupos culturales, cada uno de los
5
cuales lucha por mantener un sentimiento de lealtad a la tradición, al lenguaje y a las
instituciones distintivas de la raza que representan” (p. 218). Esta lucha por la libertad
tiene como objetivo ventajas tanto políticas como económicas. Sin embargo, no es
menos importante advertir que, a través de esta lucha, los grupos minoritarios llegan a
alcanzar una conciencia de su propia identidad. Park reconocía que en este
surgimiento de la identidad social, el arte y la literatura pueden desempeñar un papel
central: movilizan a los miembros del grupo, actúan como mediadores y consolidan el
contacto intragrupo facilitando el desarrollo de una identidad de grupo autónomo. En
resumidas cuentas, reconoce que lo que realmente está en juego en la lucha entre
grupos es la autoidentidad que, en su análisis, es un necesario estadio intermedio en
el camino hacia la asimilación(es decir, la integración en el grupo dominante).
Veinticinco años más tarde encontramos en los escritos de Kurt Lewin un
análisis muy similar al de Park. Artículos como “Al enfrentarse al peligro” (1939), “La
educación del niño judío” (1940) y “El auto-odio entre los judíos” (1941) describen los
mecanismos de las relaciones de los grupos minoritarios en términos de conflictos.
Paradójicamente, estos tres artículos están recogidos en el volumen póstumo (Lewin,
1948) titulado Resolving social conflicts (La solución de los conflictos sociales),
cuando, de hecho, propugnan una estrategia radicalmente diferente. En estos
artículos, Lewin defiende que cada grupo minoritario debería implicarse activamente
en una lucha que le lleve a afirmar y a recibir reconocimiento de su propia
autoidentidad. Esto es cierto especialmente en el caso de aquellos grupos cuya
supervivencia esté en peligro, como sucedía a los judíos en el momento en que Lewin
formulaba su análisis. Yo generalizaría sus apreciaciones a todos los grupos
minoritarios en lucha, incluyendo a los negros, a los indios americanos y, más en
general, a cualquier grupo amenazado por lo que algunos antropólogos franceses
(véase Jaulin, 1970) han denominado”etnocidio” -la extinción de un grupo por medio
de la conquista colonial, económica o cultural, o la destrucción de la cultura, en primer
lugar, y de los individuos a continuación, tras la llegada e intervención de extraños
como los científicos sociales -Lewin (1939/1948) discute cómo los miembros de los
grupos privados de sus derechos fundamentales, aunque deben buscar apoyo en otros
grupos, tienen que confiar antes que nada en sus propios recursos. Tienen que luchar
por sí mismos y mostrar su fuerza y determinación para conseguir respeto y cerrar toda
posibilidad decaer en una posición de subordinación. Sigue Lewin señalando los
efectos desorganizadores que le causa al individuo su pertenencia a un grupo privado
de sus derechos fundamentales, el conflicto interno resultante y los posibles intentos
por asimilarse en la comunidad mayoritaria con el fin de escapar a dicho conflicto. En
su concisión, este análisis es tan completo, tan incisivo y penetrante que parece
sorprendente que nadie lo haya continuado o extendido, teórica o experimentalmente.
Aquí podemos citar el comentario de Coser (1956) (que se puede aplicar igualmente a
la obra de Park): “El temprano énfasis de Lewin en las funciones positivas del conflicto
no ha tenido continuación en sus discípulos que, sin embargo, han llevado mucho más
lejos que él su énfasis en los aspectos disfuncionales de la conducta de conflicto” (p.
26).
Una perspectiva algo diferente a las precedentes, si bien al mismo tiempo
complementaria, es la que utiliza Allport (1954) cuando aborda los fenómenos
intergrupales que implican dominación en su análisis del prejuicio y de la
discriminación. Para este último término adopta la definición delas Naciones Unidas,
según la cual “la discriminación ocurre sólo cuando negamos a los individuos o a los
6
grupos de personas la igualdad de trato que pueden desear” (p. 51, subrayado
añadido).Me parece que esto centra la atención en los aspectos de desigualdad que
caracterizan a este tipo de relación. A la larga este punto de vista abre una puerta al
análisis de las funciones que desempeña la discriminación en la organización y
mantenimiento de las relaciones intergrupales. Allport (p. 51 y ss.) describe las formas
en que opera la discriminación:
1. legitima la exclusión de toda una categoría de individuos que se encuentran
marcados o estigmatizados como miembros de un”exogrupo”;
2. despoja al exogrupo de sus derechos y permite el establecimiento de todo tipo
de prácticas que implican desigualdad; y
3. demuestra “la inferioridad de las normas del exogrupo cuando se las compara
con las nuestras)” (p. 50).
Pese a las alabanzas unánimes que se han dado al trabajo pionero de Allport,
apenas si hubo continuación de esta línea particularmente interesante, es decir, del
análisis funcional delos procesos de discriminación.
Estos diversos análisis tocan el tema del poder tangencialmente pero no se
centran nunca en los procesos de poder”per se” ni tampoco describen con detalle los
mecanismos de la relación de dominación. Sin embargo, esta temprana llamada de
atención sobre los efectos del poder en la dinámica intergrupal en una situación
desigual nos confirma la agudeza de Cartwright al enfatizar que el poder debería ser el
punto de partida del análisis de la mayor parte de los fenómenos sociales (incluyendo
las relaciones intergrupo, el prejuicio i y la discriminación).Además, los análisis ya
citados me convencen de que Cartwright está justificado al poner en duda la actitud
psicosocial predominante en los años cincuenta y al preguntar: “¿Podemos esperar
realmente explicar estos fenómenos o construir programas de acción social
recurriendo exclusivamente a las variables de autoritarismo, etnocentrismo, agresión
desplazada y actitud?” (1953/1959, p. 10). Me convencen también de que la respuesta
negativa que Cartwright daba a esta pregunta estaba totalmente justificada.

LA PERSPECTIVA DEL PROBLEMA SOCIAL / SOLUCIÓN GANA LA
PARTIDA

Todavía no está claro por qué el análisis del poder y de la dominación entre los
grupos no llegó a conformar una línea central de investigación, tras la discusión inicial
de estos mecanismos en la obra de Park y de Lewin. Tal vez, parte de la explicación
resida en que la discusión de la relación de dominación iba para estos dos autores
vinculada a las ideas acerca de las funciones positivas de los conflictos para los
grupos minoritarios. Y estos análisis funcionales nunca han sido abiertamente
populares en las ciencias sociales. Coser señala que los sociólogos perdieron su
interés en los mecanismos y en las funciones del conflicto tras la I Guerra Mundial.
Hasta esa fecha, los portavoces más importantes de la disciplina representaban a la
“izquierda radical del momento”; luego tuvo lugar un cambio y “la investigación
universitaria se orientó hacia la demanda de agencias externas” (Coser, 1956, p. 19)
que parecía más interesada en los mecanismos de integración que en los que regulan
7
el conflicto. Tal vez el tratamiento de los conflictos en la psicología social ha sufrido un
destino análogo, aunque hubiese de esperar otra Guerra Mundial.
Al final de la II Guerra Mundial, le tocó a la psicología social adoptar la
perspectiva del problema social/solución y Harding y otros (1969) han subrayado cómo
esta perspectiva llegó a ser la más importante en la investigación sobre las relaciones
intergrupales. Los científicos sociales en el área de las relaciones raciales se
encontraban ahora frente a una proliferación de agencias dedicadas a la mejora de las
relaciones intergrupales (Simpson y Yinger, 1973) que cada vez más intensamente
encargaban y financiaban proyectos de investigación y los orientaban cada vez más
decididamente en una dirección de énfasis en los remedios dentro de una perspectiva
de “búsqueda de armonía y de consenso” (Killian y Grigg, 1964). Esta tendencia a
buscar una solución también se puede retrotraer al análisis de Myrdal (1944) que, al
sacudir la conciencia estadounidense, movilizó a los círculos liberales de científicos
sociales para encontrar una solución a los problemas raciales. Por ejemplo, al leer el
prefacio a la serie de psicología social Studies in Prejudice (Estudios sobre el
prejuicio), se ve cómo una orientación problema social/solución -en este caso, la
búsqueda urgente de soluciones a los “problemas religiosos y raciales”- ha
determinado el orden en el que se abordaron estas cuestiones de investigación: esta
urgencia por resolver el problema, nos dicen Horkheimer y Flowerman (1950), ha
puesto la prioridad en los “aspectos personales y psicológicos del prejuicio por encima
de los aspectos sociales” (p. vii) 6. Esta fue una elección dictada por la estrategia de
investigación. Los autores sí reconocían la importancia de preguntas sociales tales
como “¿Hasta qué punto ciertas formas de conflicto intergrupal, que parecen a primera
vista basarse en diferencias étnicas, pueden estar basadas en otros factores usando
las diferencias étnicas como contenido? (p.viii). Sin embargo, a estas preguntas se les
dio sólo una importancia secundaria.
Ahora es tal vez más sencillo comprender cómo
1. un análisis general de los mecanismos de dominación,
2. las cuestiones de poder y
3. las cuestiones de conflicto y sus funciones
quedaron relegadas progresivamente al trastero, pese a su obvia relevancia
para los problemas que preocupaban a los psicólogos sociales del momento. Al final,
parece que los tres han quedado completamente archivados.
Por su parte, la corriente principal de investigación siguió las líneas del enfoque
problema social/solución y esto ha sido útil en dos sentidos:
1. al revelar los efectos de la dominación y las prácticas discriminatorias, cuyas
consecuencias nocivas para las personas han quedado de manifiesto (véanse
los estudios sobre la identidad, como el de Proshansky y Newton, 1973) y
6 Según estos autores, la erradicación de estos problemas requiere una reeducación que es
“por naturaleza personal y psicológica” (Horkheimer y Flowerman, 1950, p. vii). Por ello, el
primer estudio de la investigación tendría que dedicarse a una mejor comprensión de la
persona con prejuicios.
8
2. al buscar los remedios y determinar las estrategias más eficaces para
conseguir tal solución (véase la investigación sobre la hipótesis del contacto,
como la de Amir, 1969).
Pese a los méritos de la perspectiva del problema social/solución, los estudios
realizados desde ella se centran sólo en ciertos aspectos del fenómeno total y
proporcionan un panorama parcial y necesariamente limitado de las relaciones
intergrupales. Por ello, los resultados de estos estudios no se pueden ubicar en un
marco teórico más general sin tomar ciertas precauciones. Simpson y Yinger (1973)
parecen tener una clara conciencia de ello cuando discuten la necesidad de un
análisis más global y causal que impida que el trabajo de investigación resulte “ineficaz
o incluso nocivo” (p. 171, subrayado añadido). Existe un peligro de que el enfoque del
problema social/solución produzca un resultado contrario a lo esperado: al buscar los
problemas para resolver el investigador puede imponer sobre el fenómeno una
construcción no verídica de la realidad. Proshanskyy Newton (1973) comentan las
peligrosas consecuencias de un punto de vista demasiado rígidamente orientado al
descubrimiento de los problemas y señalan que en los estudios de la autoimagen de
los negros y de los efectos nocivos de la segregación “ello lleva a una imagen de toda
una raza de personas psicológicamente impedidas” (p. 206). También lleva, podría
añadir yo, a ignorar que la pertenencia a un grupo minoritario -especialmente cuando
esta pertenencia es exigida, aceptada o proclamada- puede tener consecuencias
positivas para los individuos y puede llevarles a implicarse en actividades de cambio
social (“lo negro es hermoso”; el movimiento del Poder Negro). Más en general, si no
consideramos la cuestión en sus diferentes facetas o si nos limitamos a cuestiones
relativas a problemas inmediatos y a corto plazo, nos negamos a reconocer la forma
en que el grupo minoritario puede o quiere contribuir activamente al cambio social:
como científicos, por tanto, invalidamos los intentos del grupo minoritario por crear
cambio social.
El impacto pleno de los estudios emprendidos dentro del enfoque del problema
social/solución (por ejemplo, los que exploran la eficacia y/o los efectos de las diversas
estrategias para reducir la discriminación} no se pueden evaluar fuera del contexto
sociopolítico en el que se generaron. Examinemos brevemente el trabajo realizado
sobre la “hipótesis del contacto”, a mi juicio, una muestra típica de la aplicación del
enfoque de solución a un problema social, henchida de la esperanza de una solución
armoniosa y pacífica. Hasta cierto punto se puede considerar esta hipótesis como una
operacionalización de la filosofía de la integración: el aumento de los contactos entre
comunidades hará disminuir la discriminación y reducirá el prejuicio con tal de que el
contacto sea “un contacto de igual status entre los grupos mayoritarios y minoritarios
en la búsqueda de objetivos comunes” (véase Allport, 1954, pp. 261-282). Esta última
condición limita fuertemente la futura aplicabilidad de la hipótesis.
La creencia en la eficacia de estos contactos se remonta al menos al estudio de
Mannheimer y Williams (1949) 7 que mostró que durante la II Guerra Mundial, en las
7 Según Allport (1954) la hipótesis del contacto la formularon “algunos sociólogos que
mantienen que las relaciones de grupos atraviesan varios estadios sucesivos: contacto
simple, seguido por la competición que se convierte en acomodación y desemboca en
asimilación” (p. 261). Estos son son precisamente los estadios enumerados por Park y
Burgess (1921).
9
unidades integradas de combate, los soldados blancos habían modificado
favorablemente sus actitudes hacia los soldados negros tras las experiencias de
combate codo a codo. Esta fe en el contacto dio lugar a un cierto número de estudios
resumidos por Amir (1969). Clark (1953, 1974) explica con claridad cómo,
originalmente, estos estudios están vinculados a las realidades sociales de la época.
En ese momento, la cuestión que se planteó y que se llevó a los tribunales, bajo el
impulso de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, se
refería a la naturaleza inconstitucional de la segregación. Los psicólogos sociales
desempeñaron un papel central con sus testimonios ante el tribunal acerca de los
efectos nocivos de la segregación y con la preparación del Appellant's Brief (Alegado
del Apelante) que se presentó ante el tribunal supremo de los Estados Unidos. Esto
desembocó en la decisión Brown de 1954 que declaró oficialmente la
inconstitucionalidad de la segregación en las escuelas.
El fin de la segregación, que resultaba viable gracias al fomento de un mayor
contacto entre blancos y negros, parecía una solución satisfactoria para los psicólogos
sociales. ¿Permitía esto vislumbrar el final del dilema estadounidense? Algunos
negros compartían esta esperanza, creyendo que los avances que se habían hecho
durante la guerra (entre ellos los alentadores resultados de la investigación y
posteriormente los cambios en la política de integración de las unidades de combate
en el ejército) se convertirían a partir de este momento en elementos fijos y
permanentes de la sociedad (véase la breve discusión de la “revolución de las
expectativas en ascenso” en Kerner, 1968, pp. 226-227). En este contexto social
optimista la investigación sobre los efectos de la desegregación y del aumento y
repetición de los contactos entre las comunidades negra y blanca tienen que haber
aparecido como una exigencia de prioridad máxima: lo único que quedaba por hacer
era proporcionar los medios científicos para una evaluación más amplia y general de
este tipo de solución y para una contrastación más específica de las mejores formas
de llevar a cabo la integración. Un análisis más global de las realidades de la
dominación hubiera parecido fuera de lugar e inapropiado precisamente en ese
momento en que la creencia en una era de paz y de armonía interracial estaba en su
punto álgido (Coser, 1967, p. 148 y ss.).
Podemos ver las diversas razones de la prevalencia en los años cincuenta de
esta creencia en la gracia salvadora del contacto grupal interétnico pero podemos
comprender con mucha menor claridad por qué persistía después de haber
transcurrido más de una década (véase Pettigrew, 1969) 8. Habían aflorado un cierto
número de sucesos intervinientes, entre ellos los problemas asociados con la
realización de la integración, las revueltas de los ghettos en los años sesenta y los
problemas planteados por los movimientos negros (tales como el Poder Negro) -
cualquiera de los cuales podría haber iniciado una reevaluación de las explicaciones,
entonces en boga, de los fenómenos intergrupales que implican dominación-. De forma
8 Pettigrew (1969) cita los reultados de los experimentos que citan las consecuencias
positivas del contexto de contacto y, por ello, define una posición integracionista, al mismo
tiempo que niega la validez de la posición más radical de los líderes negros de los
movimientos separatistas. Por una parte, ha decidido ignorar todos los experimentos que
arrojan efectos negativos del contacto (Jorgensen, 1973); además no toma en cuenta la
realidad social cambiente.
10
similar, estos sucesos alertadores deberían haber traído a un primer plano el papel del
poder en la organización y mantenimiento de las relaciones entre los grupos. Pero esto
simplemente no sucedió ¿Tal vez la razón de que los psicólogos sociales hiciesen
tampoco por reformular esta perspectiva es la misma que aduce Coser (1967) al
referirse a la disciplina de la Sociología?
«Al aferrarse a la creencia de que sólo un aumento en la comprensión mutua
entre las razas y un éxito en la movilización de la culpa por el dilema americano
en la mayoría racial dominante sería capaz de conducir a la gradual erosión del
prejuicio y la discriminación, la sociología estadounidense no estaba preparada
en términos generales para la emergencia de una situación en la cual la mayor
parte de la iniciativa de cambio no venía de los blancos sino de los negros.» (p.
148).

COMO SE CONCEPTUALIZA EL PODER EN LA PSICOLOGÍA SOCIAL

Hasta el momento sólo he apuntado algunas de las razones en virtud de las
cuales los psicólogos sociales han omitido del campo general de las relaciones
intergrupales las cuestiones relativas al poder entre los grupos. Cabe señalar,
además, que las han omitido de la investigación desarrollada bajo el encabezamiento
de “poder”, que constituye hoy una subárea separada en psicología social. Si
estudiamos brevemente la literatura sobre el poder (por ejemplo, Schopler, 1965),
podemos convencernos muy pronto de que esta área de investigación aborda
cuestiones completamente ajenas a las que se plantean en los estudios de las
relaciones intergrupales. Cuando examinamos más de cerca la conceptualización del
poder actualmente vigente en psicología social y advertimos el estrecho vinculo entre
las nociones de poder y de liderazgo (Collins y Raven, 1969, p.160) 9 -hasta el punto
de que su estudio puede llegar a confundirse en la literatura- vemos de nuevo la
brecha entre la investigación sobre el poder y la investigación sobre las relaciones
intergrupales.
Para los estudiosos del poder es la organización interna del grupo y su
funcionamiento eficaz el centro principal de atención. El poder, por tanto, se refiere a
las relaciones entre individuos, no entre grupos. Según las definiciones de poder
que se encuentran en la literatura (como en Collins y Raven, 1969), se ve como un
atributo de la persona que lo posee: es la capacidad personal que uno tiene para
influir en otro; los efectos de este poder se miden por el grado de cambio que se
produce en la otra persona. Así, el poder se reduce a la influencia sobre otros y a su
manipulación (siempre bajo el supuesto de que es para el bien común -es decir, en
servicio del grupo). En el momento presente, tal como ha señalado Poitou (1973), el
poder se analiza casi exclusivamente desde una perspectiva utilitaria, en la cual el
ejercicio del poder por parte de la persona que lo posee se considera funcional, útil y
9 “El poder social se define como la influencia potencial de algún agente de influencia O,
sobre alguna persona P. La influencia se define como un cambio en la cognición, en la
actitud, en la conducta o en la emoción de P que se puede atribuir a O... La estructura de
la influencia se discute a menudo bajo el encabezamiento de “liderazgo” “(Coolins y Raven,
1969, p. 160).
11
legítimo puesto que lo guía primordialmente un intento de maximización de la eficacia
del grupo y, a la vez, de la consecución satisfactoria de sus objetivos. Por tanto el
funcionamiento óptimo del grupo resulta ser el tema central de los análisis actuales del
poder en psicología social.
Puede entrañar cierta dificultad trasponer esta conceptualización del poder al
análisis de las relaciones de dominación. Esto es análogo a las dificultades discutidas
con anterioridad (Apfelbaum, 1974; Apfelbaum y Lubek, 1976) en relación con
experimentos sobre conflictos que oponen a compañeros de poder desigual (por
ejemplo, Deutsch y Krauss, 1960, 1962; Gahagan y Tedeschi, 1968). Aquí la pregunta
es cómo las desigualdades del poder influyen en los resultados de las negociaciones y
el poder se operacionaliza (y, por tanto, se reduce) a una simple desigualdad en la
distribución de recursos entre dos compañeros básicamente idénticos -ya que ambos
están de acuerdo en la situación de negociación con las reglas, los objetivos y los
medios para alcanzar dichos objetivos-. En la experimentación, por lo general llevada
a cabo con juegos experimentales como el juego del Dilema del Prisionero, la
desigualdad del poder (es decir, la inequidad del recurso) se presenta como si fuera
legítima, establecida y estable lo que
«excluye la posibilidad (o al menos la posibilidad percibida) de desafiar la
legitimidad y de trasladar el conflicto a terrenos diferentes a los que se han
definido en la situación inicial. Dentro de la situación no hay para los sujetos
una alternativa explícitamente definida que permita este desafío: la única forma
de hacerlo es renunciar a participar en el experimento pero como han
participado voluntariamente en él, esta posibilidad ha quedado excluida de
entrada.» (Apfelbaum, 1974, p. 136).
Se encuentra en las sesiones experimentales que los sujetos parecen aceptar
las reglas del juego establecidas por el experimentador y las posiciones de “poderoso”
y “no poderoso” que les asigna y que actúan de acuerdo con esta aceptación. En
consecuencia, sucesos tales como rebeliones, revueltas y actos de violencia nunca
podrían observarse en experimentos estructurados de esta manera; pronto
consideraremos, sin embargo, hasta qué punto estos fenómenos “no visibles” (al
menos en los experimentos tal como se realizan en la actualidad) son centrales para
un análisis de los mecanismos de poder. Al reducir los fenómenos tales como la
explotación y las luchas de los grupos no poderosos y privados de sus derechos
fundamentales a “unas pocas variables estructurales o pseudovariables” es posible
que “las hayamos condenado a la no existencia y reducido a dimensiones que
excluyen toda posibilidad de un enfoque verdaderamente relevante e iluminador”
(Apfelbaum y Lubek, 1976, p. 81).
De forma similar, si estuviésemos tentados a adoptar la noción de poder hoy
predominante en psicología social (con sus implicaciones utilitarias y orientadas al
intragrupo) y la aplicásemos a toda la gama de fenómenos intergrupales de
dominación, el análisis perdería un cierto número de procesos operativos en estas
situaciones. Para ser exhaustivos tenemos que observar los procesos de poder no
sólo dentro de cada grupo sino también entre los grupos. El poder ayuda a determinar,
y diferencia, la naturaleza de las actividades internas dentro de cada grupo -
fortaleciendo las funciones de apoyo en el grupo dominante y debilitándolas en el
subordinado-. Lewin (1948) ha señalado que “el grupo privilegiado... habitualmente
12
ofrece a sus miembros más y les obstaculiza menos que el grupo menos privilegiado”
mientras que “el miembro del grupo privado de sus derechos fundamentales está más
obstaculizado por su pertenencia grupal” (p. 192). Estos cambios internos
diferenciadores en el funcionamiento del grupo influyen en sus relaciones
intergrupales y a la inversa; la naturaleza circular de esta relación se discutirá más en
profundidad en la sección siguiente.
Examinemos más de cerca la forma complicada en que las relaciones de poder
influyen en las relaciones intergrupales así como en las intragrupales. De hecho, tal
vez la imagen cognitiva colectiva (“représentations sociales”) que los miembros
comparten de la relación de poder que une a los dos grupos sea todo lo que se
necesita para cambiar la conducta intergrupo e intragrupo. Esta idea recibe cierto
apoyo de un experimento de Paicheler y Darmon (1975). Adoptando el diseño
experimental de Tajfel (1974b) siguen paso a paso el método experimental usado para
ubicar a los sujetos en la condición de “categorización y similaridad” de Tajfel. Se
asigna a los sujetos (de hecho, aleatoriamente) a uno de los dos grupos, según sus
preferencias (se les hace creer que las mostraron en el pretest) por la obra de Klee o
por la de Kandinsky. En este punto el procedimiento de Paicheler y Darmon da un
paso más: a la mitad de los sujetos se les dice que su grupo (compuesto por todos
aquellos que prefirieron el mismo pintor que ellos) es el grupo mayoritario -que el 81,8
por 100 de todos los sujetos han expresado la misma preferencia-; a la otra mitad se
les dice que su grupo está en minoría 10(acuerdo del 18,2 por 100). Esta información
diferencial constituye la manipulación de la variable independiente y pone al grupo del
sujeto en una relación desigual y heterogénea con el otro grupo. Así, la impresión
cognitiva (“représentation sociale”) de la relación mayoría/minoría se ha cambiado. Los
sujetos tienen que elegir ahora de una serie de matrices cómo distribuir ciertas
ganancias a un miembro de su propio grupo y a un miembro del “exogrupo”. Algunas
de las decisiones maximizarán la ganancia absoluta; otras maximizarán la diferencia
en ganancia. Los resultados indican que bajo ciertas condiciones, los sujetos no
favorecerán diferencialmente y de manera sistemática a los miembros de su propio
grupo. Esto parece ir en contra de la conclusión de Tajfel, que reconoce una
necesidad generalizada de una actividad diferenciadora.
Paicheler y Darmon (1975) encuentran que sólo los sujetos del grupo
mayoritario muestran sistemáticamente una actividad diferenciadora, prefiriendo
maximizar la diferencia en ganancias a favor de su propio grupo, aunque esto
signifique renunciar a una ganancia numérica superior. Este grupo se distingue tanto
del grupo control (idéntico al grupo de “categorización y similaridad” de Tajfel) como
del grupo minoritario. Los sujetos del grupo control no parecen estar buscando una
diferenciación entre su grupo y el otro, a menos que la ganancia que maximiza la
diferencia coincida con la que maximiza la ganancia del propio grupo -de hecho, es
esta última estrategia la que parece ser su principal objetivo-. Más relevante para la
presente discusión son los datos de los sujetos del grupo minoritario. Su actividad es
casi diametralmente opuesta a la de los sujetos que se perciben a sí mismos como
parte de un grupo mayoritario. Muchos de los sujetos minoritarios (repetidamente)
10 Se usa con preferencia al término minoría, que etimológicamente significa “tener menos”,
pero que en la acepcción general tiene el significado de “menos numeroso”
13
favorecían a los sujetos del otro grupo, en detrimento de los miembros de su propio
grupo -como si la ventaja diferencial perteneciese por derecho al miembro del grupo
mayoritario-. Así, una instrucción verbal simple relativa a las diferentes preferencias y
al tamaño relativo de los dos grupos (mayoría, minoría) era suficiente para influir en las
conductas de los sujetos y diferenciar entre ellas, tanto para las relaciones
intragrupaies como intergrupales. Aquí el apoyo intragrupal (reparto diferencial de la
maximización de recursos a los miembros del propio grupo) aumentaba cuando los
sujetos se percibían a sí mismos como pertenecientes a la mayoría; el apoyo
intragrupal disminuía cuando los sujetos se consideraban a sí mismos como parte de
la minoría.
El experimento de Paicheler y Darmon (1975) es pertinente aquí puesto que
ilustra cómo la heterogeneidad entre grupos moldea las relaciones tanto intragrupo
como intergrupo. Esta heterogeneidad estaba sólo cognitivamente representada: tal
vez resultados todavía más fuertes podrían surgir de una investigación posterior en la
que esta heterogeneidad existiese de forma concreta. Además, los resultados me
sugieren que puede ser necesario reconsiderar la presente concepción de poder y tal
vez reemplazarla con una noción más englobadora, que tome en consideración los
diversos mecanismos que tienen que ver con las relaciones de poder, algunos de los
cuales se pueden vislumbrar en este experimento.

MECANISMOS DE PODER Y RELACIONES DE LIBERACIÓN

Definiciones
Las relaciones de dominación comparten con los conflictos de dominación la
implicación de una “confrontación entre dos oponentes fundamentalmente
heterogéneos, cuya desigualdad reside en el acceso diferencial a la toma de
decisiones relativa a los valores y a las reglas que controlan nuestro futuro social”
(Apfelbaum y Lubek, 1976, p. 83). La relación de dominación introduce una disimetría
aparentemente irreversible entre los grupos de tal forma que:
a) los derechos y privilegios se concentran en una de las partes -el mercado está
controlado por el grupo dominante-;
b) este grupo dominante es el único que fija los límites y define la naturaleza de estos
derechos y privilegios y
c) el otro grupo no tiene participación en estos derechos y privilegios o, para ser más
exactos, le han sido arrebatados. Al pensar en las mujeres, en los negros, en los
diversos grupos nacionales minoritarios o en cualquier otro grupo en situación de
subordinación, se ha usado con anterioridad el término “invisibles”(10) para
referirse a
«las colectividades a las que se ha negado desde el principio un papel social
reconocido en la historia de una sociedad dada... Los invisibles no tienen, pues,
existencia autónoma y legal y, en consecuencia, tampoco tienen poder
contractual... El grupo dominante no reconoce o prefiere ignorar la existencia
misma de los invisibles e, incluso, cuando se expresan, sus exigencias de que
se les reconozca como socios que participan plenamente en las decisiones
14
relativas a las opciones fundamentales para la sociedad.» (Apfelbaum y Lubek,
1976, p. 84)
Es el proceso de poder, a través de los mecanismos que se discutirán luego, el
que crea esta disparidad entre los dos grupos en la relación de dominación, el que
niega todo tipo de poder contractual a uno de ellos y el que puede llegar incluso a
negar el derecho del grupo a existir como un co-actor autónomo y legítimo en la
relación.
Por lo tanto, en esta disparidad entre los grupos hay implicadas muchas más
cosas que una simple noción de desigualdad de recursos; ésta puede ser un pequeño
aspecto de la relación de dominación (e incluso, quizá, ni siquiera una condición
definitoria necesaria). Y la disimetría que es la consecuencia del poder, ayuda
entonces a garantizar la continuación y la perpetuación de ese poder. Usando el
carácter distintivo del otro grupo como “justificación” para sus acciones, el grupo
dominante ejerce un control constante sobre él, limita sus derechos y privilegios y lo
coloca en una posición bien definida, es decir, en un status de dependencia.
El poder se expresa en esta relación de dependencia entre dos grupos cuando
uno se apropia de los derechos y privilegios del otro y fija sus límites. El primer grupo
se convierte entonces (o se convierte aparentemente) en el representante/modelo y en
el garante/sancionador de las normas y valores sociales que a partir de ese momento
parecen ser universales, a la vez que declara explícitamente que las normas y valores
del otro grupo son peculiares e inaceptables. El poder también se expresa de una
forma más específica: asigna un espacio vital delimitado a cada grupo en el campo
social definiendo una jerarquía relativa para ellos y situándoles en ella. Ni el poder
ni ninguno de los dos grupos puede existir independientemente, al margen de la
relación que los vincula a ambos.
El poder determina la dinámica interna específica de cada grupo así como la
naturaleza del vínculo que existe entre ellos. Para establecer y mantener la
dominación (y el proceso complementario de subordinación) el poder pone en marcha
una diversidad de mecanismos de los que cualquiera o todos pueden ayudar en la
creación y moldeamiento de cada grupo; estos mecanismos diferencian los grupos
para crear la disimetría real (o aparente) que, a su vez, se convierte {o genera la
ilusión de haberse convertido) en algo insuperable e irreversible. Así, el poder
funciona como el proceso activo en la etapa de diferenciación: la disparidad que
resulta de la operación del poder es también la condición necesaria para el
mantenimiento del poder, porque justifica y refuerza a la vez ese poder. Así pues, un
modelo lineal es inadecuado: se necesita un modelo circular o de retroalimentación.
Examinemos ahora con mayor detalle los diversos procesos por medio de los
cuales el poder establece, estructura, mantiene y perpetúa una relación de
dominación/subordinación. Al hacerlo, profundizaremos en las distintas formas en que
funciona la disparidad entre los grupos para mantener la relación de dominación a
través de sus vínculos circulares con el poder.
Creación de un grupo
En el contexto intergrupal, se maximiza el ejercicio del poder cuando existen dos
grupos dispares que han llegado a ese grado de diferenciación en el que es
15
absolutamente clara la distinción entre el “nosotros” y el “ellos”. Esta diferenciación es,
en sí misma, uno de los procesos básicos del poder. Pero ¿cómo se detectan los
individuos que componen el “ellos” -el otro grupo, el “exogrupo”, el grupo que va a
estar subordinado-, y cómo se les asigna un espacio vital preciso y segregado?
El primer paso consiste en marcar al individuo -el término se usa casi como
sinónimo de infamar, estigmatizar y etiquetar-, si a cada uno de estos tres términos
se les desposee de ese significado añadido que puede haber adquirido con el paso del
tiempo. Hablando en términos más generales, dado que se puede ver una colectividad
de individuos y dado que se les puede asignar el mismo nombre de identificación,
marcar implica que se puede determinar la pertenencia a una categoría o grupo
teniendo en cuenta exclusivamente una única faceta distintiva. Los que poseen la
faceta distintiva “A” son miembros; los que no la poseen no lo son. Proshansky y
Newton elaboran la relación entre esta forma de marcar y el establecimiento de un
grupo:
«Ser “Negro” equivale a establecer “quién se es” por medio de la relación con
todos los demás individuos, conocidos o desconocidos, que tienen las mismas
facetas distintivas. Con el paso del tiempo es preciso caer en la cuenta de la
naturaleza general de esta categoría racial porque otros lo etiquetan e
identifican a uno con estos términos, haciendo que la pertenencia al grupo
real sea el nexo de la identidad emergente del yo.» (Proshansky y Newton,
1973, p.181, subrayado añadido).
La operación de marcar (o estigmatización} que centra la atención en una
característica especificada compartida por una categoría de individuos, establece al
mismo tiempo limitaciones sobre la pertenencia de grupo y excluye a los no miembros.
Estos límites ayudan a que el grupo subordinado adquiera una estructura y fomentan
su existencia como una entidad distinta.
Pero dado que los grupos dominante y subordinado están vinculados
recíprocamente en una relación, el proceso de marcar e identificar a los miembros del
grupo que va a estar subordinado define también la pertenencia al grupo dominante:
puede que no sea necesario que éste se defina activa, precisa y explícitamente a sí
mismo. Aquí, la definición de un grupo (A) especifica necesariamente el grupo
complementario (no-A). Al marcar a los miembros del grupo que va a estar
subordinado y al excluirlos al mismo tiempo de la pertenencia al grupo dominante, éste
llega a actuar como el representante de un conjunto de normas que se van a imponer
a todos los demás, como si fueran universales. Así esta diferenciación exclusivista -
marcar a los individuos- crea grupos: no son sólo un conjunto de individuos
agrupados bajo una rúbrica compartida, sino que se hace que todos ellos compartan
un destino común. Esta exclusión ayuda, en última instancia, a que los individuos
constituyan un grupo, en el sentido lewiniano de que la pertenencia grupal incluya a
todos aquellos que comparten un destino común (Lewin, 1948, p. 165). Sin embargo,
ésta es una noción restringida de creación de grupo, ya que surge de un destino
común acerca del cual los individuos del grupo subordinado no se pueden pronunciar
y al que están totalmente sometidos; el grupo que se crea de esta forma puede ser
descrito con propiedad como un grupo excluido.
16
Destrucción de un grupo
La primera secuencia de procesos necesarios para establecer la dominación
está compuesta por los de marcar, excluir y agrupar. Pero una relación de dominación
no se puede establecer, firmar, sellar y comunicar a menos que se haya puesto en
marcha con éxito una segunda secuencia de mecanismos. Se pueden subsumir éstos
bajo la etiqueta de la “destrucción del grupo que va a estar subordinado”. Cualquier
grupo que tenga una existencia autónoma (o que llegue a ser consciente de los
medios que permitirán conseguirla) constituye un peligro constante para el grupo
dominante porque, en cualquier momento, se puede poner en cuestión toda la relación
fundada entre los dos grupos. Esto ocurrirá siempre que el grupo autónomo comience
a usar, como punto de referencia, sus propias normas independientes: la fuerza de
estos grupos minoritarios, con tal de que sean activos, ha sido demostrada por otros
(Moscovici, Lage y Naffrechoux, 1969; véase capitulo 14 de esta obra). Una relación
de dominación puede resultar así seriamente obstaculizada cuando la autonomía hace
su aparición en el grupo que va a ser subordinado tras la marca, la exclusión y la
creación del grupo. Por tanto, al mismo tiempo que se está moldeando al grupo
excluido por el mecanismo de marcar, el grupo dominante tiene que plantar las
semillas de su destrucción interna. Se ponen en marcha un cierto número de
mecanismos, todos los cuales tienen como objetivo el impedir que el grupo que va a
estar subordinado desarrolle autónomamente sus propias actividades grupales (es
decir, para impedir que dé a sus integrantes “autopercepciones adecuadas, seguridad
individual y sentimientos de continuidad personal”, según Chein, 1948, citado por
Proshansky y Newton, 1973, p. 174). A través de estos mecanismos, que se
describirán más adelante, al grupo que va a estar subordinado se le despoja de su
identidad y le resulta cada vez más difícil cumplir el importante papel de dar al
integrante individual “el suelo sobre el que se asienta, que le da o le niega status
social, que le da o le niega seguridad y apoyo” (Lewin, 1948, p. 174). Paradójicamente,
por tanto, la colectividad marcada, al mismo tiempo que se está convirtiendo en un
grupo excluido, ve cómo se destruye su esencia grupal -es decir, cómo se cierra el
proceso de su destrucción como grupo.
La destrucción del grupo representa, pues, una condición central necesaria y,
casi por sí misma, suficiente para determinar cómo un grupo se convierte en
dominante y el otro en subordinado. En realidad, todas las condiciones para la
destrucción del grupo están potencialmente contenidas en el proceso de marcar. Los
límites que separan el “nosotros” del “ellos”, que establecen al grupo que va a estar
subordinado como un “exiliado total”, llevan consigo implicaciones que fijan
restricciones a los derechos y privilegios de los individuos excluidos. El grupo
segregado, subordinado, una vez eliminada su autonomía, existe sólo por referencia a
las normas, a las reglas y a las regulaciones estipuladas por el grupo dominante; es
decir, existe dentro de una relación de dependencia impuesta que beneficia a este
último al mismo tiempo que limita y controla la gama de las formas de acción y de
expresión del primero (a través de toda una tecnología del poder que opera en las
leyes, el funcionamiento de las instituciones y así sucesivamente) 11. En otras
11 “Al analizar críticamente el rol de las instituciones y sistemas educativos en la “reproducción
de las relaciones de dominación entre hombres y mujeres a través de las generaciones)
Liliane X (1975) ha formulado la hipótesis según la cual una etapa en la “reproducción” del
17
palabras, las condiciones para la existencia del grupo se eliminan al mismo tiempo que
se otorga esta existencia (es decir, que es impuesta involuntariamente). Así pues,
marcar inicia, casi simultáneamente, procesos antagonistas y, sin embargo, tal vez
complementarios: la creación del grupo y la destrucción del grupo.
Las consecuencias de esta destrucción del grupo son bien conocidas para los
psicólogos sociales. Proshansky y Newton señalan que la pertenencia a un grupo o la
identificación positiva de grupo no es un problema para aquellos grupos que tienen
estatus, poder y prestigio en una sociedad. Los problemas de identificación de grupo
surgen para aquellos que están privados de estos beneficios” (1973, p. 207). Toda la
investigación sobre cómo los individuos sufren efectos perjudiciales y patogénicos en
situaciones que implican segregación (Harding et al., 1969; Grier y Cobbs, 1968) ha
alertado suficientemente a la psicología, al menos por lo que se refiere a la psicología
clínica y de la personalidad, sobre las consecuencias de los procesos de dominación.
Pero desde la perspectiva dominante de investigación que busca soluciones rápidas a
los problemas sociales, no se ha prestado mucha atención a los mecanismos que
tienen que ver con el grupo que ha sido subordinado -es decir, el grupo considerado
como un todo integral-. Y, sin embargo, me parece que los efectos deletéreos que han
demostrado ser operativos en el nivel personal se pueden comprender sólo -y tal vez
se puedan combatir mejor- teniendo en cuenta los procesos intergrupales de los que
son una consecuencia directa: estos síntomas reflejan los efectos destructivos de
grupo que produce la dominación, tal como son experienciados en el nivel grupal por
toda la colectividad. Cuando el grupo subordinado, como un todo, recobra su
autonomía y puede funcionar de una manera independiente (basado en sus propias
normas, cultura e historia}, entonces, como una consecuencia, ciertos “estados
patológicos” específicos pueden desaparecer progresivamente.
Al examinar con mayor profundidad la destrucción del grupo en el caso del
grupo que va a ser subordinado (el segundo paso en la secuencia que cimenta la
relación de poder entre los grupos) advertimos que hay una diferenciación de
funciones de los dos grupos, de tal manera que las actividades internas de cada uno
cambian. Dentro del grupo que va a estar subordinado, hay establecido un verdadero
estado de anomia, que no puede por menos de acelerar la desestructuración del
grupo y su entrada en un estado de subordinación total. Si lleváramos el argumento
hasta el límite, diríamos que los mecanismos de poder exhibidos por un grupo sobre
otro transforman progresivamente su relación mutua en la de entre un grupo y un no
grupo, dado que el grupo subordinado ha dejado de dar sus apoyos de grupo e
incluso ha cesado de existir como grupo a los ojos de sus propios miembros (como se
puede apreciar en procesos tales como la “asimilación”, “el paso de un grupo a otro” y
el “abandono del viejo barrio”). El grupo subordinado se convierte, en cierta medida,
en un grupo entre paréntesis: al carecer de un término preciso para designar este
status de no-grupo 12, usaremos la convención tipográfica de encerrar la palabra grupo
sistema patriarcal es el aumento del cruce y de la familiarización de los grupos femeninos y
masculinos y que la escuela desempeña un papel central en la “transmisión ideológica y en
el aprendizaje recíproco de los roles sexuales de dominación y subordinación (p. 121).
12 Podríamos usar igualmente el término invisibles, o seguir a Fields (1974) que, al discutir las
implicaciones del conflicto en Irlanda, habla de una no-identidad.
18
entre paréntesis en el resto del capítulo. Por tanto, siempre que nos refiramos a la
entidad no-grupo, aparecerá (grupo).
Para garantizar la destrucción del grupo en el caso del (grupo) subordinado, es
preciso emprender dos medidas que implican simultáneamente a los dos grupos de la
relación.
La “Regla Universal” y la Perdida de Autonomía
El grupo dominante crea, en primer lugar, un estándar mítico y la impresión de
que hay un cuerpo social homogéneo que satisface este estándar (por ejemplo,
Americano blanco, varón, callado, de clase media). Existe una variedad de
mecanismos y de medios disponibles para este propósito. El grupo dominante fomenta
también la creencia de que todos pueden y deberían esforzarse por ajustarse a este
estándar, independientemente de que sean miembros del grupo dominante o del
(grupo} subordinado. Sin embargo, la realidad es que a este segundo (grupo) hace ya
tiempo que lo han privado de los medios necesarios para conseguir el éxito en esta
tarea (por ejemplo, negación de crédito, escolarización inferior, métodos de empleo).
Así pues, tenemos una “regla universal”, que aparentemente se aplica por igual a
ambos grupos de la relación, mientras que, de hecho, la idea de una “única ley para
todos” está apoyada por una serie de mecanismos y de instituciones sociales que
están a disposición sólo del grupo dominante. Estas instituciones y estos mecanismos
son especialmente eficaces en cuanto que no sólo protegen los intereses del grupo
dominante sino que controlan estrechamente las actividades del (grupo) subordinado.
La segunda medida ocurre al mismo tiempo, cuando el (grupo) subordinado
pierde los medios para conservar sus propias normas y estándares. Ya no resulta
posible el tener una existencia autónoma fuera de la relación cerrada del grupo
dominante. Una vez que esto ocurre, la escena está preparada para la aceptación de
la idea de un cuerpo social homogéneo -una única ley para todos, sin tener en cuenta
los orígenes, la riqueza u otros factores-. A continuación viene la internalización de las
normas “universales” que se toman del grupo dominante o que éste impone. Por medio
de este mecanismo de internalización, el (grupo) subordinado llega a perder incluso la
creencia general compartida (“représentation sociale”) de que podría existir
independientemente y puede llegar a convertirse en su peor enemigo -el principal
protagonista de su subordinación-. Desde este momento el poder necesita cada vez
menos expresarse abiertamente; el poder existe ahora en un nivel cognitivo de
creencia colectiva compartida (“représentation sociale”) y estos estándares aceptados
y compartidos de conducta entran cada vez más en juego para gobernar y garantizar el
poder “legitimo” del grupo dominante. Con este abandono de la autonomía del grupo y
con la aceptación de las “normas universales”, la relación de dominación se fortalece
todavía más.
Movilidad social y “Tokenismo”
A modo de ilustración concreta de los dos procesos anteriores, considérese la
ilusión de la movilidad social: esta movilidad social es ilusoria en la medida en que se
intenta aparentar que se aplica por igual a los miembros del (grupo) subordinado y a
los del grupo dominante. En mi opinión sirve como ejemplo de manual que ilustra los
19
procesos de poder que están diseñados para el establecimiento de la relación de
dominación y la perpetuación de la desigualdad entre los grupos. Según la teoría de la
movilidad social, los miembros del (grupo) subordinado pueden ascender en la escala
de la jerarquía social sólo con cumplir todas las condiciones universalmente
requeridas. El mantenimiento de esta creencia/mito es, de hecho, totalmente
inconsistente con las prácticas exclusivistas a las que este (grupo) está sometido
permanentemente.
Sin embargo, hay individuos que se “benefician” de esta movilidad aparente: la
práctica del “tokenismo” es indispensable para el mantenimiento de la verosimilitud de
esta ilusión de movilidad y para negar la existencia de las prácticas exclusivistas al
mismo tiempo que las afianzan. El fenómeno de l”tokenismo”, que se encuentra
siempre que aparece la dominación ,está diseñado para enmascarar la realidad de la
condición general del (grupo) subordinado -trátese de mujeres, negros, habitantes del
Québec francés o cualquier otra colectividad de invisibles. Además, la asimilación e
integración de personas “señuelo” en el grupo dominante es sólo ilusoria: las
limitaciones a las que estos individuos están sometidos difieren totalmente de las
obligaciones que unen a las personas en una relación igualitaria. Estas últimas
personas dependen de un vínculo contractual que asume ciertas reciprocidades: la
persona “señuelo” todavía está vinculada por mecanismos que implican una disimetría
insuperable y una subordinación no reversible. Mientras los “iguales” en la relación
recíproca (los miembros del grupo dominante) están seguros, el miembro “señuelo” del
(grupo)/grupo puede verse eliminado o descalificado en cualquier momento y su
posición en la jerarquía móvil hacia arriba puede ser invalidada de manera repentina.
Más grave es, tal vez, que en nombre de esta movilidad, el grupo dominante
ponga en funcionamiento un cierto número de mecanismos sociales de control, bajo el
pretexto de ayudar a seleccionar a quienes se beneficiarían de esta movilidad. Uno de
los muchos ejemplos posibles de tales mecanismos es la institución de los tests
psicológicos. Los tests funcionan para acentuar la brecha entre los grupos y, al mismo
tiempo, para legitimar la idea de la uniformidad subyacente en las aptitudes humanas.
Jorgensen (1973) señala cómo el uso de los tests de CI para medir la inteligencia de
los negros se puede justificar sólo si se admite que la experiencia acumulada por
negros y blancos tiene más puntos en común que divergencias. Para Foucault (1975),
los tests sirven como “un registro científico, ritualista, indeleble de las diferencias
individuales, como una concreción etimológica de cada persona a su propia
peculiaridad endógena” que funciona como “un procedimiento de objetificación y
desubyugación” (p. 126 y ss.).
La división del (grupo) puesto entre paréntesis y el aumento del
aislamiento del individuo.Uno de los efectos de los procesos de destrucción del
grupo es un aumento del aislamiento mutuo de los miembros del (grupo), como si entre
ellos se hubieran creado divisiones que bloqueasen cada vez más las comunicaciones
que son relevantes y funcionales para la vida autónoma del (grupo). A medida que se
hace más pronunciada la separación de los individuos, la destrucción del grupo es
más efectiva y se cierra el “círculo vicioso”. El aislamiento o división ofrece, a quienes
están empeñados en mantener la relación de dominación, la mejor garantía de que el
(grupo) quedará paralizado y en situación de subordinación.
20
Aquí podemos tomar como ejemplo la situación de las mujeres. Volviendo a los
primeros años de la década de los cincuenta, mucho antes del resurgimiento del
movimiento de la mujer, Hacker (1951) mantenía que se debería considerar a las
mujeres como un (grupo) “minoritario”, el más despojado de sus derechos. En su
opinión, los negros y los judíos habían conservado un cierto grado de independencia y
de autonomía grupal que les permitía encontrar dentro de su propio grupo un sistema
de referencia y apoyo. En cambio, las mujeres carecían de tal posibilidad: su (grupo)
no funcionaba como un grupo de referencia. Hacker señala que, en general,
«la persona del grupo minoritario no sufre discriminación de los miembros de su
propio grupo. Pero muy raramente experimenta una mujer este tipo de
pertenencia grupal... Sus interacciones con los miembros del sexo opuesto
pueden llegar a ser tan frecuentes como sus relaciones con los miembros de su
propio sexo.» (p. 62).
Expresado en la terminología que se ha desarrollado hasta el momento en este
capítulo, las mujeres constituirían una colectividad cuyo grupo ha sido completamente
destruido.
Más de 20 años más tarde, Chesler (1972) describía también la predominancia
(o, con más precisión, la exclusividad) del estándar masculino. Dado que éste se ha
adoptado como referente universal y único, se produce una división entre las mujeres y
un aislamiento total entre ellas.
El grupo humano o la conducta social o bien se refiere al grupo de varones o a
la conducta grupal femenina en una cultura dominada por el varón... Las mujeres,
aunque son similares entre sí en muchos aspectos, están más aisladas entre sí por lo
que respecta a los grupos que los hombres. Las mujeres no están consolidadas en
grupos públicos o poderosos... No es necesario organizarse para conseguir mejores
condiciones de trabajo si no se cree que se está “trabajando” (pp. 271-272).
Sigue señalando, por ejemplo, que las mujeres que tienen una ocupación
“puramente femenina” raramente se afilian a sindicatos. Cabría añadir, por supuesto,
otros muchos ejemplos para mostrar el funcionamiento y los efectos de los procesos
de destrucción del grupo. El ejemplo de las mujeres ilustra con bastante claridad que a
medida que la destrucción del grupo se hace más intensa, más profunda resulta la
internalización de los efectos del poder y con menor frecuencia aflora el poder y se
muestra en sus formas manifiestas y “crudas”. Así, el poder adopta cada vez más el rol
de algo que opera entre bastidores; hacia fuera se convierte en una especie de
fantasma espectral cuya existencia resulta cada vez menos aparente.
Desarraigos/Genocidios culturales e históricos.La destrucción del grupo
descansa en procedimientos tales como la destrucción de una herencia cultural,
combinada con la desaparición de las tradiciones de la comunidad y de sus propias
formas y medios de expresarlas. Esta desaparición se puede ver cuando ciertos
idiomas (con frecuencia denominados dialectos o “patois”) son sustituidos
exclusivamente por un idioma dominante (como es el caso del francés que sustituye al
bretón, al occitano, al vasco y a otros). Otro ejemplo lo puede constituir el tratamiento
que se da a ciertos {grupos) aborígenes: su estilo tradicional de vivienda (que ha
cumplido funciones muy específicas en la vida del grupo) es sustituido por un estilo
arquitectónico de construcción extranjero inspirado únicamente en las “necesidades”, y
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“normas” del estilo de vida de los blancos (Jaulin 1970). J. Lester usa un vocabulario
más fuerte (1968, pp.83-93) para describir “el programa de genocidio cultural” del que
han sido víctimas los negros desde el principio de la esclavitud, “apoyado por leyes
que prohibían a los negros, en esencia, hacer algo que los blancos no querían que
hiciesen” (p. 85). En otros casos, la contribución de un (grupo) particular a la historia
general de una sociedad y la herencia cultural de ese (grupo) puede ser ignorada sin
más o, caso de que se la mencione, se puede presentar como una anomalía. Este es
el caso de las mujeres, cuya historia ha comenzado a escribirse sólo bajo la influencia
de los movimientos feministas. En cualquier caso, el resultado del genocidio histórico y
cultural, tanto por política activa como por omisión, legítima la dominación y, al
desposeer al (grupo) de sus apoyos internos, garantiza la dependencia y la impotencia
del (grupo) subordinado y la marginalidad de sus miembros (véase Park, 1913/1950), y
su concepto de hombre marginal.
Lo legítimo y lo ilegítimo.Para completar el análisis de los procesos de
dominación, es necesario considerar los canales cualitativamente diferentes y los
modos de expresión disponibles para la utilización por el grupo activo, dominante y
estructurado y compararlos con los recursos disponibles para el otro (grupo)
subordinado y mínimamente autónomo. Como una consecuencia de la diferenciación
que ha ocurrido entre los grupos, el funcionamiento interno de cada uno asume una
pauta única de actividades y cada uno posee y/o desarrolla canales y modos
separados de expresarse. El grupo dominante y el (grupo) subordinado no tienen a su
disposición los mismos medios: por el contrario, usan canales diferentes y
procedimientos de comunicación distintos (compárese, por ejemplo, la difusión de un
“comunicado oficial del gobierno” y de un “comunicado de la guerrilla”). Sus
expresiones diferenciales son consecuencias directas del poder. En un nivel más
general de análisis, el grupo dominante puede llegar a monopolizar ciertos canales y a
expresarse por medios legales (por ejemplo, instituciones y leyes discriminatorias,
justicia diferenciada según clase socioeconómica). Esto no deja más elección al otro
(grupo) que recurrir a canales “ilegales” con el resultado de que pronto se encuentran
al otro lado de la ley, en las áreas de la desviación, donde contribuyen, a los ojos de
los dominantes, a su propia marginación.
En otra parte (Apfelbaum y Lubek, 1976, p. 86) hemos analizado la situación en
la que un (grupo) subordinado puede encontrar necesario, bajo ciertas circunstancias,
seguir esos caminos y cometer esos actos que la sociedad designa como “ilegales” o
violentos (véase Iglitzin, 1970, p. 170) 13. Con frecuencia tales acciones representan el
único canal disponible para que este (grupo) se exprese, para que se le oiga y para
que obtenga reconocimiento y visibilidad. Hemos insistido también en la necesidad de
evitar las trampas que se pueden presentar cuando se importan conceptos tales como
“conflicto”, “desviación> o “violencia” de fuera de la disciplina y se emplean sin una
reformulación conceptual en un análisis sociopsicológico. Otras críticas de la
aceptación de estas etiquetas las encontramos en la perspectiva ligeramente diferente
13 Nos hemos referido a “procedimientos para atraer la atención,p. ej., piratería aérea,
secuestros, manifestaciones en bicicleta contra la contaminación causada por los
automóviles, huelgas de hambre o huelgas salvajes y las así llamadas acciones terroristas
que son los únicos medios disponibles para un grupo excluido de los canales de toma de
decisiones” (Aptelbaum y Lubek, 1976,p.86).
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de Horowitz y Liebowitz (1968) que muestran cómo en la actualidad ha quedado
desfasado el intento de mantener una distinción entre la “desviación social” y la
“marginalidad política”.
Esta ojeada al (grupo) subordinado es sólo una cara de la moneda, sin
embargo; he subrayado la necesidad de tomar siempre en consideración ambos
elementos de la relación de dominación. Por tanto echemos un vistazo al grupo
dominante para ver qué instrumentos están a disposición de este grupo a medida que
se desarrolla la relación de dominación. Al hacerlo, es necesario examinar toda la
gama de mecanismos sociales y de instituciones sociales que el grupo dominante
puede usar para producir ,mantener y reproducir el estado de subordinación. Estos
análisis existen ya en campos externos a la psicología social y puede ser importante
que crucemos fronteras interdisciplinares para confrontar estas ideas y, si es posible,
integrar algunas de ellas en un análisis más comprehensivo. Tal vez entonces
podremos comprender mejor el significado de los actos expresivos del (grupo)
subordinado cuando los cotejemos paralelamente con los del grupo dominante.
Cabría citar numerosos ejemplos de las formas en que todo el sistema legal
puede apoyar al grupo dominante instituyendo y perpetuando desigualdades y
legitimando la dominación. Pero en ocasiones es difícil descubrir con exactitud cómo
opera la dominación porque su funcionamiento puede resultar ocultado tras la
“fachada” de la legitimidad. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en la práctica
cotidiana de la justicia aunque muy pocos se atrevan a ponerla en duda. Tomemos un
ejemplo del sistema judicial francés. Al describir una secuencia de su propio juicio, P.
Goldman llama la atención sobre el trato diferencial que se da al acusado y a un
testigo que testifica contra él. Señala que en estos procedimientos penales, el único
que es sometido a un fuerte interrogatorio y que es sometido a escrutinio y análisis por
psicólogos y psiquiatras expertos, que le examinan e informan de sus conclusiones al
tribunal, es el acusado, al que también examina la policía que elabora un perfil suyo.
Goldman (1975) se refiere a X, un testigo que testifica en su contra: “Yo no sé quién
era X, pero sin duda él sabe quién era yo o conoce al menos el retrato que han
bosquejado de mi, que la policía ha bosquejado de mi...” (p. 144). Es el acusado el
sometido a juicio, no el testigo; por tanto, no le damos ni la más mínima importancia al
hecho de que la interacción social dentro del contexto de la sala judicial se centre en el
acusado al igual que la atención de la mayor parte de la maquinaria legal y
legitimadora. La desigualdad que hace que el acusado sea transparente pero que deja
opacos a los testigos y a los otros adversarios es uno de los recursos que han sido
bien explotados por el grupo dominante y es aceptado por consenso implícito: nadie
pregunta jamás si este consenso acerca de la legitimidad del sistema legal es en sí
mismo una consecuencia de los procesos de poder.
La naturaleza continua y penetrante del conflicto y el momento de hablar
contundentemente. Hasta ahora, no se ha introducido en el análisis ninguna mención
explícita del conflicto, aunque el lector posiblemente haya comenzado a sospechar que
estaría implicado en una discusión de las relaciones intergrupales que involucran la
dominación. Examinemos ahora su papel y busquemos sus manifestaciones y sus
inicios en la situación intergrupal. Como un preámbulo para un examen del conflicto,
podríamos considerar en primer lugar un término relacionado, la violencia, que
generalmente se ha usado sólo en un sentido restringido. Iglitzin (1970) señala que “la
violencia del estado (policía, militares) ha sido legitimada, mientras que la violencia
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privada de los individuos y grupos ha sido condenada” (p. 166) y es sólo esta última
“violencia” la que se encuentra habitualmente en el uso común del término. De manera
similar, dado que los casos de dominación están respaldados por una legitimidad
aparente, no se identifican comúnmente como ejemplos de conflicto: así pues, en las
relaciones intergrupales desiguales el término conflicto se reserva por lo general para
los casos en los que la incitación proviene del (grupo) subordinado. Así Harding y
otros (1969) sugieren que “el conflicto sucede sólo cuando” un conjunto particular de
relaciones de status y poder “es desafiado por los miembros del grupo más débil” (p.
42).
Pero si ahora seguimos el análisis que hemos presentado hasta aquí,
advertimos que el conflicto entre grupos es mucho más penetrante: existe en todo el
desarrollo de la dominación de un grupo sobre otro. El conflicto está presente desde
las primeras manifestaciones del poder, ya que este poder tiene como objetivo final la
destrucción del grupo y la subordinación de una colectividad y la eliminación de sus
medios de expresión. La destrucción del grupo es, en realidad, la consecuencia, o la
materialización, de un conflicto que ha sido introducido en primer lugar por el grupo
dominante. Este grupo intenta establecer, a lo largo del transcurso del conflicto, los
cimientos de su dominación e intenta imponer la legitimidad y la universalidad de sus
normas y modelos culturales al (grupo) subordinado. Todas las relaciones
intergrupales de dominación son, por tanto, conflictos intergrupales.
Analicemos este conflicto para descubrir cómo plantea la batalla el grupo
dominante para instituir su dominación sobre el otro (grupo). En esta batalla cuenta
con muchos aliados: las leyes, las reglas y normas que las leyes ponen en
funcionamiento y la operación de diversos procesos de poder -un ejemplo de éstos ya
se ha visto en una discusión anterior de la ilusión de la movilidad social-. Es preciso
también afirmar que el enmascaramiento de la naturaleza continua y penetrante del
conflicto es en sí mismo uno de los mecanismos de poder: siempre que el conflicto
“estalla”, siempre que el (grupo) subordinado habla contundentemente “para declarar
la guerra declarando sus derechos” (por usar una expresión de Foucault), ello da pie a
que se asigne la etiqueta “desviación” o “violencia” a las diferentes formas de
expresión del (grupo) minoritario. En particular, este etiquetado sirve para invalidar
cualesquiera funciones positivas que estas expresiones pudiesen tener para un
(grupo) que lucha contra la opresión.
La reconstrucción del grupo.
Cuando el grupo minoritario habla contundentemente, por tanto, no hace más
que cumplir una fase de un conflicto más amplio -es el momento en el que pone en
movimiento las ruedas para sacudir el yugo de la dominación. Hay muchas formas de
hablar contundentemente pero a la luz del análisis anterior del importante papel
desempeñado por el desarraigo histórico y el genocidio cultural para asegurar la
destrucción del grupo (y, por tanto, para establecer la dominación), parece que hay al
menos dos fases previas en el camino de la reestructuración del (grupo) subordinado y
del redescubrimiento de su identidad. En primer lugar, el (grupo) tiene que
experimentar una reevaluación positiva de las peculiaridades y las características
específicas que, hasta ese momento, han servido como criterios de marca para la
exclusión por parte del grupo dominante. En segundo lugar, pero igualmente
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importante, el (grupo) tiene que redescubrir sus propias raíces culturales y su bagaje
histórico. Esto puede significar el volver a encontrar una historia enterrada o
reescribirla completamente cuando todavía no ha sido contada (como en el caso de las
mujeres). La importancia de esta historia para catalizar las potencialidades de una
comunidad ya ha sido puesta de manifiesto por Park (1913/1950).
Este redescubrimiento puede estribar en una herencia cultural. O puede ser
simplemente el inicio de una lista de agravios que incrementan la conciencia que tiene
la comunidad de estos problemas que son comunes a todo el (grupo). Pero este
proceso siempre cumple la función de reestructurar el (grupo) o reconstrucción del
grupo. “Los agravios, los problemas y las injusticias se pueden expresar y compartir
por los miembros del grupo, desarrollando de esta forma una herencia de
comprensión)” (Proshansky y Newton, 1973 p. 207) La función positiva, desempeñada
en ocasiones por el arte o la literatura (según Park, 1913/1950), también la pueden
desempeñar reuniones tales como grupos creadores de conciencia. En resumen, el
objetivo es volver a dotar a la propia colectividad de sus funciones principales de
apoyo al grupo, restaurando una herencia cultural (como la literatura o la música,
Lester, 1968), estableciendo una crónica histórica o simplemente descubriendo la
comunalidad de los problemas.
Escribir la historia del propio (grupo) es, por tanto, crear un cambio real en un
cierto equilibrio de fuerzas introduciendo un punto de referencia rival al que ya existe
(tanto si éste es facilitado como si es impuesto). Crear una historia es, por tanto, una
respuesta -una forma de afirmar la existencia del (grupo) sobre un terreno distinto al
reservado para él hasta ese punto por el grupo dominante-. Así, el proceso de
reconstruir el grupo es la afirmación de la existencia histórica y funcional del (grupo),
que ahora, por ello, se convierte en el grupo, al salir finalmente de los paréntesis de la
subordinación.

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