6.4 Construcción de la identidad juvenil

valores y problemas en la post-modernidad (por: José Antonio Younis Hernández)


Los jóvenes son la carne viva de nuestras contradicciones sociales. Son una generación privada de trabajo en una sociedad donde la identidad se define por el trabajo que el individuo tiene. No todos los espacios tienen el mismo peso significativo y la misma relevancia para la construcción de las identidades de los individuos. El trabajo es un espacio de identidad muy importante para la construcción de la personalidad de los sujetos, de los jóvenes en concreto, porque en él realizan la afirmación de sí mismos y la consecución de las metas a las que aspiran o aspiraban.

Cuando las transiciones o el rito de paso a la adultez no se cumple, -la meta de tener trabajo-, la identidad social y personal del individuo entra en crisis y es cuestionada. En las sociedades capitalistas, la transición al trabajo (y su estabilidad) implica la posibilidad de expandir el “yo social” del joven para dotarse, en un segundo momento, de otras ramificaciones identitarias que sólo son posibles si se tiene trabajo. Es decir, el primer espacio de proyección de la identidad juvenil consiste en obtener recursos económicos propios (empleo estable); a continuación, dotarse de un espacio geométrico y simbólico propio (residencia o domicilio), y, en último lugar, de poder reconocerse a sí mismo realizándose sus potencialidades afectivas, emocionales y sexuales a través de una pareja (sea homo o hetero, de orden matrimonial o no). En definitiva, de la primera transición depende la conquista de las subsiguientes, pero matizando que estas transiciones en pos de la construcción de las identidades no se “objetivan” por igual en las diferentes clases sociales ni en los diferentes géneros: las trayectorias de construcción de identidades están fuertemente mediatizadas por la clase social y por el género, de modo que no podemos hablar de una única y abstracta juventud, sino de tantas juventudes como recorridos transicionales posibles.


Quizás los jóvenes de nuestra sociedad postmoderna necesitan, al menos una buena parte de ellos, una dosis de inconsciencia para sobrevivir; quizás por eso algún autor haya mencionado que los jóvenes se ven forzados a vivir en un carnaval perpetuo dadas las dificultades para elaborar los ritos de paso a la adultez que antes concluían con tanta rapidez. Si antes, como alguien dijo, iban en tren y juntos, ahora van en coche (cada uno el suyo) y por separado. El rito de paso prolongado ha posibilitado la construcción de subculturas juveniles, pues ya deja de ser un rito de paso para convertirse en casi una permanencia prolongada. El estancamiento del proyecto de identidad de cada uno reúne a todos, adquiriendo así enorme importancia el grupo de iguales, el grupo como elemento gestor de identidades sustitutivas de aquéllas que no pudieron ser alcanzadas.

Por otra parte, el "capitalismo democrático" es un sistema que puede tutelar celosamente la libertad del individuo. Y éste es uno de sus logros. Pero el punto de vista de la utilidad del sistema lleva a la consideración del individuo como productor, consumidor. El sistema económico precisa de ambas. El individuo, en el marco de la ideología que legitima el sistema, considera el acceso al consumo como un premio a su capacidad de trabajo. Pero el sistema económico necesita del consumo que proporciona un mercado interior, sin el cual no funcionaría. El individuo debe consumir de la misma manera que debe trabajar. De ahí el desarrollo de la publicidad como una exigencia del mercado económico. El exceso de productividad permite consumidores que no son productores; éstos son los jóvenes. Este desfase tendría que ser temporal, un día el joven empieza a producir . Pero ¿qué pasa si la "juventud" no termina nunca?; ¿y si no hubiera puestos de trabajo para todos?; ¿y si entonces el desfase entre el consumidor (para el que ha sido cuidadosamente preparado) y productor (para el que también se le ha preparado, pero que no puede ejercer, lo cual le aumenta la frustración) se hace permanente?. Las dos caras de la moneda, que constituían la identidad social del individuo quedan reducidas a una. Todo esto agudiza la problemática de inserción social con sus consecuencias en la confirmación de la identidad del joven. ¿Podrán llegar a la condición de adultos y adquirir responsabilidades?.

"El presente como tiempo de deseo", es un rasgo que podríamos considerar como "vitalidad inmediatista " (el término hedonismo tiene demasiadas connotaciones derivadas del pasado que para los jóvenes carece de significación). Supone privilegiar el momento presente, -donde el bienestar social y la calidad de vida que poseen no tiene parangón con otras generaciones anteriores y de lo que ellos y ellas mismas son plenamente conscientes-, esto no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que el futuro se presenta sombrío, y el pasado carece de relevancia. Es notable en ellos la ausencia de lo que podemos llamar "una mentalidad genética", es decir preocupada por los orígenes y los antecedentes. En esta afirmación "vitalista" que tiene la lógica social, el presente es lo único que tenemos entre manos, e implica además la rentabilidad del placer en medio de la provisionalidad, del no saber hacia dónde van o hacia dónde podrían ir. Como dirá Martín Serrano[1], los jóvenes se sienten felices al mismo tiempo que intranquilos:

Simplificando lo que enseguida se matizará, la felicidad procede de cómo están; la intranquilidad, de no saber qué pueden hacer.

La vida de las sociedades desarrolladas contemporáneas está dirigida por una nueva estrategia que "desbanca la primacía de las relaciones de producción en beneficio de una apoteosis de las relaciones de seducción". Habría que partir del mundo del consumo, que explicita la amplitud de la estrategia de la seducción. Esto no se reduce a la acumulación de objetos o a la interminable sustitución de los mismos, sino que se extiende a la sobremultiplicación de elecciones personales que la abundancia hace posibles en un universo - el del consumo - aparentemente abierto al deseo del individuo. La publicidad despliega ante los ojos del consumidor la "vida como un espectáculo". Esto explica rasgos culturales aparentemente contradictorios o heterogéneos. La exhibición ostentosa de la propia marginalidad, identificable por la vestimenta o el peinado agresivo, negociando la identidad con la ausencia de la misma socialmente reconocida, y así convertida en espectáculo. La vivencia del presente, tiempo privilegiado, se exacerba cuando se vive como representación de uno mismo. "Ser es convertirse en espectáculo", un permanente " estadio del espejo".

El gran espectáculo es el hecho mismo de ser joven . Por ello en medio de una aguda crisis de identidad (el joven sin perspectiva de trabajo difícilmente podrá responder en nuestra sociedad a la pregunta: ¿quién soy yo?), surge igualmente una aguda autoconciencia juvenil absolutamente lógica, puesto que el mundo adulto no parece disponer de muchos modelos identificatorios para los jóvenes - fuera del de consumidor / productor – y ha erigido el "ser joven" en modelo propio. Es el tópico el de la "juvenilización" de la cultura.

Puede hablarse de los jóvenes como de la "generación probeta", la juventud es un invento social relativamente reciente; lo que parece perfilarse de un modo impreciso es una "sociedad sin padres"; la figura paterna con su ambigüedad protectora/opresora/ indicadora del futuro para el joven, está socialmente desdibujada. ¿Está justificada la sensación de extrañeza que la generación adulta experimenta ante los jóvenes? ¿No se limitan a ofrecer agudizados el perfil de la propia sociedad? ¿Acaso los adultos no somos individualistas, no vivimos volcados hacia el consumo, no nos esforzamos en ser vitalistas en la medida que nuestras fuerzas lo permiten? ¿No hemos hecho de la sociedad también un espectáculo?. Deberíamos sospechar que lo que nos causa extrañeza son rasgos nuestros de familia. Lo que es sociológicamente normal. Aunque la generaciones tiendan a desconocerse mutuamente, cada sociedad produce sus jóvenes, y, los nuestros, son desconfiados socialmente (desconfianza social), tienen un mayor sentimiento de culpa, prefieren el orden al desorden, mayor tolerancia, eligen alta permisividad en lo social y baja en lo cívico-social, etc.

La construcción social de la identidad y los valores

Debemos hacer referencia a los nuevos modos de construir la identidad, a diferencia de las sociedades tradicionales, "holistas" (de carácter global y poco diferenciado), en las sociedades modernas parece darse un notable problema respecto de la formación de la identidad y ello por la emergencia de un individuo que es objeto de múltiples solicitaciones. Enfrentados al problema, las generaciones no jóvenes, concebimos la solución desde un núcleo interno de convicciones (religiosas, éticas, ideológicas) que permiten interactuar con el entorno y dejar en él una huella.

Pero las generaciones jóvenes de hoy parecen haber encontrado sin buscarlo otras vías de solución. Su identidad no está en función de un núcleo, sino de una membrana lo más extensa y dúctil posible. Es una identidad diríamos cibernética, en la que el mecanismo de retroalimentación es agudizado hasta sus máximas potencialidades, tendiendo a eliminar toda acción a partir de un problemático núcleo interno. El actual tipo de individuo es, tendencialmente, casi membrana: eminentemente pragmático, poco propenso a fanatismos ideológicos, políticamente desafectados, expuesto a los mil influjos comunicativos e informativos de la sociedad contemporánea.

Este nuevo modo de construir la identidad tendría como único núcleo su propia libertad concreta, pues los valores han dejado de estar orientados por las fuentes de las instituciones, arrasadas por el torbellino que tiene su epicentro en el yo individual y que no se compromete con sistemas doctrinarios institucionales e institucionalizados. Esta individualización de los valores se centra más que nada en las relaciones primarias, tales como las personales, sexo y matrimonio, “con la promoción de las libertades personales y derechos individuales en todas estas áreas”.[2]

Dotada de un fino radar, se orienta en la selva comunicacional de nuestros días seleccionando, para su biografía, aquellos materiales que les parecen aceptables. Y éstos provienen substancialmente de la vida privada. Es el único lugar donde le parece realizable su demanda de felicidad inmediata . La nueva identidad existe en la medida en que es retroalimentada por un flujo informativo - comunicacional.

Si realmente esto es así, si se está dando esta nueva manera de construir socialmente esta identidad, no parece descabellado hablar de la emergencia de un nuevo individuo. Este fenómeno, en caso de consolidarse históricamente, sería pródigo en consecuencias sociales.

Sobre la emergencia de esta nueva figura el sociólogo norteamericano Davis Reisman, citamos de memoria, distinguía tres tipos de "caracteres" entre los jóvenes americanos: a) los que tendían a orientarse según la tradición; b) los que lo hacían según unos principios de orden general internamente asimilados; c) y los que se especificaban por estar dirigidos desde fuera, como si estuvieran dotados de un fino radar. Y esto tiene sus consecuencias sociales en el registro de los sentimientos: el primero se caracterizaba por la vergüenza, el segundo por la culpabilidad, y el tercero por la angustia y la ansiedad. La evolución de un "carácter" hacia el otro era vinculada por Reisman por el desarrollo de las técnicas de comunicación de masas.

Daniel Bell ha descrito el paso de la personalidad puritana a la actual que califica de hedonista donde el punto de transición vendría dado por la invención de los créditos y las ventas a plazo, que posibilitan la satisfacción instantánea del deseo. Por otra parte Christopher Lasch, ha creído poder visualizar netamente la evolución desde un modelo edípico hacia otro modelo narcisista: mientras el individuo del primer liberalismo estaba dotado de un poderoso "equipamiento" interno, psicológico y moral que le permitía abrirse paso entre obstáculos, el actual narciso es mucho más frágil y flotante, puesto que deduce su identidad de la imagen propia que él intenta leer, moviente e imprecisa, en la mirada del otro. En este individuo se opera un tránsito de un sujeto de un pensamiento meditativo a uno de pensamiento calculante ( tecno-logia en donde está implicada una manera de pensar, el acoplamiento al "logos" de una máquina; una nueva prótesis del hombre en su más alta facultad). Este nuevo individuo es poco propenso a entusiasmos intelectuales derivados de cosmovisiones, tiene un agudo sentido del laberinto de la complejidad y un cierto desengaño de la historia. Es consecuencia de la fragmentariedad : de la razón y el deseo. Si la realidad no es coherente, por qué habría de serlo el individuo?

Lo que sí parece constatable, es un cierto proceso de desagregación del yo en busca de la liberación del deseo. El yo era represivo aunque estuviera cubierto por un manto de libertad. La libertad verdadera está en la realidad cotidiana. Y ésta es esencialmente privada y se manifiesta en deseos plurales y no jerarquizados de antemano. Este nuevo individuo se orienta por el principio de seducción. Su individualidad se construye por la manera en que él elige su imagen de sí mismo (un look : seducción a la carta). Este nuevo individuo no sólo es pragmático y flexible, sino incluso fluido. Un individuo donde la mirada de otro no me cosifica, sino que es un ingrediente de mi identidad individual. La vida es un espectáculo: volvemos a lo mismo.

Este nuevo individuo también tiene necesidad profunda de pertenencia pero no en las viejas instituciones - partidos políticos, sindicatos, iglesia...- sino de pequeños grupos "cálidos", de amigos cercanos que compartan las mismas estéticas, gustos, estilos de vida y valores orientados hacia lo urbano, es decir, la vida en la ciudad como espacio simbólico de consumo de relaciones sociales y posibilidades de compaginar estudio (cada vez más prolongado) y empleos ocasionales y nada permanentes que le permiten simultanear ambas cosas (estudiar y trabajar). La ciudad es el espacio físico/simbólico más apropiado al joven porque le deja “vivir” distintos papeles que le permiten aguantar la transitoriedad endémica de su situación como grupo social que, lanzado al mundo social, se ve obligado a combinar el deseo de aspiración a metas finales y acabadas frente a la cuarentena forzada de multiplicidad de pequeñas y aisladas “estaciones de micro-deseos”, pequeños deseos previos, que le dejan un margen de maniobra y movilidad en espacios heterogéneos como el de la cultura, el ocio y el tiempo libre, los estudios, los empleos, el consumo, los cursillos de formación complementaria (informática, idiomas, especializaciones universitarias de postgrado, etc.), las actividades esporádicas que exigen poca cualificación (por ejemplo, el trabajo parcial en una pizzería a domicilio y otros lugares de “comida basura”...)

Tal vez sea esa gran dispersión social, la inestabilidad cambiante de la sociedad de mercado y ese juego constante de “yo-yo” patrocinado por las exigencias neoliberales en lo económico y en sus dispositivos de consumo sociocultural que, - y es sólo una hipótesis -, en el terreno de los valores sobre la sexualidad y el comportamiento sexual los jóvenes se muestran más precavidos y con mayores dosis de autocontrol y deseos de seguridad, así como el aumento de jóvenes que declaran no haber tenido relaciones sexuales completas. Para que no haya dudas sobre si es el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual lo que está afectando a los valores sexuales de los jóvenes, conviene consultar el último informe de juventud en España, donde se analiza con rigor que más que las conductas sustentadas en valores de temor (al SIDA, por ejemplo), son otros los valores que guían los comportamientos sexuales de los jóvenes, tales como el de la fidelidad a la pareja.

La frágil identidad de la imagen necesita reflejarse en otra mirada; las grandes instituciones apenas nos ven. Narciso, el nuevo individuo, tiene una fuente oculta de satisfacciones : él mismo; una dedicación permanente; su propia imagen; y un cauce para su expresión: su música tan variable como su propia imagen y la innovación constante en los deportes. En un poema de Pessoa leemos:

"Eres importante para ti,

porque es a ti a quien tú sientes.

Lo eres todo para ti ,

porque eres para ti el universo,

el universo propio, y los otros

satélites de tu subjetividad objetiva.

... Y eres así, oh mito,

¿ Por qué los otros no han de ser así "

¿No es esto un retrato de un joven post- moderno?. Desde otra óptica no debemos olvidarnos que agentes fundamentales de socialización están funcionando defectuosamente ¿habrá otros que lo suplan? ¿Y la familia?, sigue mostrando su potencial integrador y su insustituible papel de socialización afectiva. Pero es evidente que el rápido cambio tecnológico y social limita sus posibilidades de constituir un micro- modelo del cosmos social. La familia, como institución, también se está fragmentando en diversos tipos; y ninguno de ellos por sí solo, es capaz de orientar al joven en el complicado laberinto de las modernas relaciones sociales. La socialización es hoy "abierta".

Entonces, ¿quién socializa hoy al joven?. La socialización, diríamos hoy, más que abierta se ha vuelto "porosa". El nuevo individuo, dotado de un fino "radar" para captar influjos informativos, absorbe por sus "poros cognitivos" aquellos elementos necesarios para su orientación social que más lo seducen.

Cuidando bien que no todos provengan de la misma dirección: tienen un agudo sentido de la complejidad social y una cierta curiosidad aventurera que no le comprometa demasiado. Los agentes sociales, que hoy son múltiples y heterogéneos, formales e informales, en la encrucijada de todos ellos, el nuevo individuo vive su identidad fragmentada. Especial relevancia habría que darles a los medios de comunicación social y al grupo de iguales, que es donde se vive con una cierta calidez la necesidad de pertenencia. El colectivo juvenil está encauzado por el modelo cultural de este "nuevo individuo" fragmentario que pide ser seducido, narciso se esfuerza en construir su imagen con lo trozos rotos que le ofrece la sociedad competitiva.

En la seducción del joven va el espejismo de los discursos e ideologías que la sociedad adulta y dirigente ha querido “enseñarle”. El espejismo más desalentador y brutal, pues no en vano jóvenes y no jóvenes creen (se nos ha hecho creer) profundamente en él, es que viven una fantasía de movilidad social e ignoran los principios de estratificación social de la sociedad[3]:

El problema es, además, especialmente grave para los jóvenes, no sólo viven en el mundo dominado por la fantasía de la movilidad social que les han pre­sentado los adultos sino que además han sido socializados en un principio que parece ignorar la realidad de la estratificación social: uno circula por uno u otro autobús, no por su patrimonio o su nivel de ingresos, o por el de la familia, o por las expectativas de futuro, sino por su capacidad aparente de gasto... es más, uno puede montarse provisional o circunstancialmente en el autobús de las élites y bajarse en la próxima parada, siempre que pueda, o quiera, pagarse el billete. El único límite que se sugiere a los jóvenes es que traten de evitar subirse en el autobús de los marginales, a los que se suele describir tanto en términos de inú­tiles, como en términos de aquéllos que se subieron en un autobús equivocado.

Aparece una nutrida conciencia de clase determinada por signos exteriores, como actividades, ropa, vacaciones, que asignan estatus, pero es una conciencia intercambiable, conciencia de estar aquí y ahora que se modifica con las opcio­nes de consumo que se vayan a tomar.

Esta es la realidad que creen vivir los jóvenes, una realidad que les lleva a creerse que se mueven, y lo hacen efectivamente contradiciendo a aquéllos que los consideran pasivos, pero es un movimiento circular en una sociedad que ha dejado de moverse, o al menos de moverse a la velocidad que nos tenía acostumbrados.

Pero dejemos, en fin, que sean los jóvenes quienes hablen sobre sí mismos y atendamos los valores, estilos de vida y proyección de identidades que asoman en sus hablas discursivas como resultado de nuevos y poderosos procesos de socialización. Pero también atendamos la mirada del otro, el adulto (padres y profesores), que influye en la configuración del joven (como individuo) como juventud (grupo social). En el siguiente apartado entraremos en todo ello.
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Tomado de:

Identidad, valores y estilos de vida de la población juvenil en la actualidad

Por José Antonio Younis Hernández. Profesor Titular de Psicología Social de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

http://www.cinterfor.org.uy/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/youth/doc/not/libro47/vi/



[1] Martín Serrano, M. (1991: 10). Los valores actuales de la juventud en España. Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales. Instituto de la Juventud.

[2] Andrés Orizo, F. (1996: XXVIII-XXIX). Sistemas de valores en la España de los 90. Madrid, CIS.

[3] Aguinaga, J. y Comas, D. (1997: 225-226) Cambios de hábito en el uso del tiermpo. Trayectorias temporales de los jóvenes españoles. Madrid, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Instituto de la Juventud.